1 de febrero
Cáritas Diocesana de Tui-Vigo organiza la XIII
Edición del Ciclo de Cine Social
«Dar esperanza en la tristeza» es el lema que propone
el departamento de Pastoral de la Salud para la Campaña del Enfermo 2024. Una Campaña que la
Iglesia en España inicia el 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, con la
Jornada del Enfermo a nivel mundial y se cierra el 5 de mayo, con la
Pascua del Enfermo.
¿Por qué el lema «Dar esperanza en la tristeza»?
Durante este tiempo, desde Pastoral de la Salud, se quiere promover la reflexión sobre
un tema que «nos parece particularmente urgente», el aumento de las personas
que padecen sufrimiento psicológico y emocional. Una preocupación que se
respalda en un dato: España encabeza la lista de países que más ansiolíticos
consumen, según el Informe Anual del Sistema Nacional de
Salud de 2022, del Ministerio de Sanidad.
Ante esta realidad, explica el departamento en la presentación de la Campaña, «nos ha parecido
oportuno reflexionar sobre las causas y modos de acompañar a estas
personas para anunciar con el profeta Jeremías: “Convertiré su tristeza en
gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 13)». El objetivo es tomar conciencia teniendo en cuenta
que «no se
trata de una enfermedad mental en el sentido que comúnmente le damos a este
término» para «centrarnos en el cuidado y acompañamiento de
las personas que padecen este sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la
pena, el desánimo o la ansiedad».
La reflexión sobre este tema ya se inició en las Jornadas Nacionales de delegados de
Pastoral de la Salud que se celebraron en septiembre de 2023. De hecho, las
aportaciones de los ponentes serán la base para preparar los temas de formación
que se irán publicando como materiales para esta Campaña, que ahora se inicia
con la presetación, el cartel y la estampa.
Pastoral de la Salud también recupera el documento que hizo público
el Dicasterio para
el Servicio del Desarrollo Humano Integral en noviembre de
2020, “Acompañar a personas con sufrimiento
psicológico en el contexto de la pandemia covid-19”. Un texto en el que se
señala cómo para la Iglesia, la salud no sólo se refiere al cuerpo, sino
sobre todo a la integralidad de la persona con todos sus componentes
psicológicos, sociales, culturales, éticos y espirituales.
En la presentación, además, se recuerdan las palabras del papa Francisco en la Exhortación
Apostólica “La
alegría del Evangelio” (nº 6): “Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por
las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que
permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero
firme confianza, aun en medio de las peores angustias».
Campaña contra el hambre de Manos
Unidas
El Efecto Ser Humano
Desde Manos
Unidas, buscamos trasladar a la sociedad cómo la crisis medioambiental
está afectando a millones de personas, sobre todo del Sur global, perjudicando
sus derechos más básicos como el derecho a la alimentación, al agua potable, a
la salud, a una vida digna, a un entorno saludable, generando una gran injusticia climática.
Con esta nueva campaña, alzamos la voz por el cuidado del
planeta porque es el camino para luchar por la dignidad de las personas. Bajo
el lema «El Efecto
Ser Humano», queremos concienciar de que el maltrato al planeta
tiene consecuencias mayores al otro lado del mundo, y destacar ese doble poder
del ser humano para transformarlo: para bien y para mal. Somos «la única especie capaz de cambiar el
planeta».
A lo largo de este año no pretendemos hablar del cambio
climático en general, sino poner de manifiesto una injusticia: cómo la
desigualdad medioambiental está afectando a millones de personas, sobre todo
del Sur global, mermando sus derechos más básicos. Hablamos de Injusticia
climática que provoca hambre y pobreza. Las personas más vulnerables no tienen
los recursos para hacer frente a estas situaciones y son los que más sufren las
formas de consumo y producción de los países desarrollados.
Mientras que las causas
de las variaciones climáticas están, sobre todo,
relacionadas con la creciente actividad económica de los países más
desarrollados, sus riesgos, impactos y consecuencias más severas las sufren los
pueblos vulnerables del Sur,
que poco han participado en originar el problema.
Las políticas climáticas centradas en
compensación de emisiones de carbono, que permiten que los países más ricos
puedan seguir creciendo económicamente están provocando más hambre en los países más pobres.
https://www.youtube.com/watch?v=6shkBT95M4k
14 de febrero
Miércoles de ceniza
Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2024
A través del desierto
Dios nos guía a la libertad
Queridos
hermanos y hermanas:
Cuando nuestro Dios se revela, comunica la
libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un
lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés
en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios;
la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las
diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad.
Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que
Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en
efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un
acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que
Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo
echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy
el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a
abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la
vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual
encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en
el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del
primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios
educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y
experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente
hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El
éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para
que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver
la realidad. Cuando
en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló
inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la
opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor,
provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he
bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel
país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También
hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos.
Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos
factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une
desde el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la
globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más
actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde
está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal
será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el
dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve
insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro;
que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas.
Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en
nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción
hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca
importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien
libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso
los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se
pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra
mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo?
¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos
hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la
justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit
de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo
que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa
añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole
avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una
humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de
desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la
dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los
conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma
como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo
soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es
tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como
recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el
Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante
cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A
diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el
espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no
volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos
criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca
antes habíamos recorrido.
Esto
implica una
lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el
desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo
muy querido» (Mc 1,11)
y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen
de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos;
podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos
por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior
la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por
eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a
nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en
lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe,
sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han
sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los
ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8),
los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una
fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse
en oración, para acoger la Palabra de Dios, y
detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios
y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la
presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el
ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de
apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos
que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por
tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida,
que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías.
Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos,
percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos
encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la
tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
La
forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y
cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un
tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a
contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y
la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la
inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades
cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre
los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y
su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la
penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros
Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran
su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien,
que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la
libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por
las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de
conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de
creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera
decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen
y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son
enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a
pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía,
sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y
hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios,
3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de
salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña
esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la
que las arrastra hacia adelante.[1]
Los
bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.
Roma,
San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.



