6 de Setiembre

Festividad de Nuestra Señora de Guadalupe 


La leyenda, conocida ciertamente en el siglo XVI pretende remontar los origenes de esta advocación orígenes al evangelista San Lucas. Quien, antes de morir María, habría tallado varias copias tomándola como modelo. Tanta devoción tuvo a una de ellas, que quiso fuese enterrada con él en su sepulcro de Acaya (Asia Menor).

Cuando a mediados del siglo IV se hallaron los restos de este evangelista, también apareció la imagen de la Señora. Y fueron trasladados a Bizancio.

Pronto el icono de María gozó de gran devoción, pues a su intercesión se debió un prodigio operado con motivo de un terremoto que azotó la ciudad, por el año 446.

Un siglo más tarde se encontraron en Bizancio el cardenal Gregorio, enviado por el papa Pelagio II como nuncio apostólico ante el emperador, y San Leandro, arzobispo de Sevilla que había acudido a la capital del Imperio de parte de su rey San Hermenegildo para solicitar ayuda contra los moros. Gregorio y Leandro quedaron unidos por profunda amistad. Corría del año 581.

Durante su estancia en Bizancio murió el emperador Tiberio II, sucediéndole Mauricio – 582 -, que amaba grandemente a Gregorio. Al ser éste llamado a Roma por el papa, el emperador le regaló entre otras cosas la milagrosa imagen, la cabeza de San Lucas y un brazo de San Andrés.

Elevado Gregorio al solio pontificio en el año 590, puso la devota imagen en su oratorio privado; y sacándola en procesión con motivo de una cruel pestilencia que asoló a la Ciudad Eterna, vieron los romanos con asombro cómo la peste se calmaba al aparecer un ángel sobre el pueblo, a la altura de un castillo – desde entonces denominado de Sant Angelo -, limpiando sangre de una espada, mientras un coro de espíritus celestiales entonaba el “Regina Coeli laetare, alleluia”, a lo que el papa, conmovido, añadió: “Ora pro nobis Deum, alleluia”.

El papa Gregorio mandó la imagen milagrosa a su amigo San Leandro, con ocasión de hallarse en la Ciudad Eterna su hermano San Isidoro. Yendo en el navío de aquellos que llevaban este regalo que San Gregorio enviaba a San Leandro, hubo una gran tempestad en el mar. Uno de los clérigos, movido con fe y devoción sacó la dicha imagen de Nuestra Señora Santa María y suplicáronle con mucha humildad y devoción que de tan gran peligro los quisiese librar. Después de calmar una tempestad en el mar, llegó la Virgen al puerto de Sevilla, donde San Leandro la recibió con todo el pueblo.

El santo arzobispo la colocó en su iglesia principal, y aquí recibió ferviente culto hasta la invasión musulmana. Para librarla de la profanación, fue sacada de Sevilla por unos piadosos clérigos con otras reliquias, y escondida junto al rio Guadalupe en la sierra de las Villuercas, permaneciendo enterrada hasta su descubrimiento.


El Hallazgo

Sucedió, según cuenta el hecho una sencilla leyenda rimada, allá mediado el siglo XIII. Nos hallamos en una región agreste, corazón de Extremadura, en los repliegues de los montes de Toledo vecinos al pico de las Villuercas, en la aldea de Alía. Un pastor de nombre Gil Cordero, recontando el ganado a la hora del encierro, echó de menos una vaca. Partió a buscarla. Internose por aquellos montes, robledales bravíos, buenos para la caza de osos en verano al decir del libro de La Montería, hasta llegar a un riachuelo de arábigo nombre, el Guadalupejo (río escondido). Remontóle. A la derecha, desviándose de su curso y siguiendo probablemente los restos de una calzada romana, encontró, luego de pasados tres días, la vaca, muerta pero intacta, respetada por las fieras. Sacó de la vaina un cuchillo de monte y se dispuso a desollarla. Comenzó, según costumbre, haciéndole en el pecho dos incisiones en forma de cruz. Y entonces…

El pastor vio a la Señora. La Señora Santa María le dijo:—Ve a comunicar a los clérigos de Cáceres que en el sitio donde yace tu vaca hay enterrada una gloriosa imagen mía. Quiero la desentierren, le erijan una capilla y le tributen el culto debido, porque mediante ella yo derramaré misericordias. Vendrán gentes de todas las tierras y haré innumerables milagros. Que se dé a todos cuantos vengan a visitarme comida y hospedaje gratuitos. Y será edificado un pueblo.

Desaparecida la visión y preso de la emoción consiguiente, contempló el pastor con asombro que la vaca, resucitada, pacía quieta a la sombra de un roble, conservando entre las patas delanteras una cicatriz en forma de cruz.

Partió para Cáceres y al llegar a casa encontró a su mujer hecha un mar de lágrimas, pues un hijo suyo acababa de morir. El, después de consolarla, la invitó con fe a confiar en la Señora Santa María de Guadalupe, que se le había aparecido, y le suplicó resucitase a su hijo al que había prometido como servidor perpetuo de su Casa. “En esa hora se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: Señor padre, aguisad y vamos para Santa María de Guadalupe”.

Marchó a la ciudad. Con ello consiguió persuadir a los clérigos, que se encaminaron en algún número al lugar del prodigio. Las autoridades Eclesiales encontraron la entrada hacia una cueva subterránea y además, la imagen con los documentos. A pesar de haber estado enterrada por 600 años, la imagen de madera oriental fue examinada y se pudo constatar que se hallaba en perfectas condiciones.

DESCRIPCIÓN

La imagen española de la “Guadalupe” es una antigua talla de madera de cedro y policromada, una escultura románica revestida por ricos mantos de precioso brocado que le confieren una forma triangular muy del gusto de la época.

Su apariencia es muy diferente al lienzo del Tepeyac, no sólo por sus rasgos ibérico-bizantinos, sino además porque lleva al Niño Jesús en su brazo izquierdo; un cetro real en su mano derecha y una gran corona de oro sobre su cabeza.

La imagen española de la “Guadalupe” es una antigua talla de madera de cedro y policromada, una escultura románica revestida por ricos mantos de precioso brocado que le confieren una forma triangular muy del gusto de la época. Su apariencia es muy diferente al lienzo del Tepeyac, no sólo por sus rasgos ibérico-bizantinos, sino además porque lleva al Niño Jesús en su brazo izquierdo; un cetro real en su mano derecha y una gran corona de oro sobre su cabeza.

Mide la talla de Nuestra Señora, 59 cms de alto y pesa 3.975 gramos. Pertenece al grupo de Vírgenes Negras de la Europa Occidental del siglo XII.

 

8 de setiembre

Festividad de la Natividad de María

 

La Iglesia recuerda el día del nacimiento de la Virgen María cada 8 de setiembre. El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.

La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor.

 


12 de setiembre

Festividad del Dulce Nombra de María

Toda celebración festiva alude a otras siguientes o a cualquier otra festividad anterior. Cuatro días después de celebrar la Natividad de la Virgen, el pasado día 8 de septiembre, hoy se celebra el Dulce Nombre de María. El hecho de que la Santísima Virgen lleve el nombre de María es el motivo de esta festividad.

Fue instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la Iglesia, le den gracias por su Omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María. Los orígenes conocidos de este día mariano por excelencia, nos lleva a comienzos del siglo XVI, y además en nuestra tierra española, lugar de María y de Títulos en honor de Ella, como siempre han destacado los Papas.

Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la Iglesia de Occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, rey de Polonia. En ella los cristianos pidieron que los atacantes no les hiciesen daño y se desató una inmensa lluvia que impidió el uso efectivo de las armas de fuego.

Hay quien piensa que esta conmemoración es probablemente algo más antigua que el año 1513, aunque no se tienen pruebas concretas sobre ello. Todo lo que podemos decir es que la gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María.


15 de setiembre

Festividad de Nuestra Señora de los Dolores

 

Cada 15 de septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia Católica conmemora a Nuestra Señora de los Dolores.

Jesús y María unidos en el dolor salvífico

De muchas maneras, la sucesión de ambas efemérides constituye una invitación a meditar en torno al misterio del dolor que unió las vidas de Jesús y de María, para redención del género humano. Meditar en los dolores de nuestra Madre nos ayuda a comprender mejor los dolores de Cristo, a acercarnos más a su Santísimo Corazón, y a dejarnos transformar por el amor sacrificial.

La devoción a la Virgen de los Dolores -también conocida como la Virgen de la Amargura, la Virgen de la Piedad o, simplemente, la "Dolorosa"- viene desde muy antiguo. Esta puede remontarse incluso hasta los orígenes de la Iglesia, allí cuando los cristianos recordaban los dolores de Cristo, siempre asociados a los de su Madre María.

Sin embargo, es necesario precisar que la advocación de Nuestra Señora de los Dolores (Mater Dolorosa) cobra forma e impulso recién a finales del siglo XI. Décadas después, hacia 1239, en la diócesis de Florencia, los servitas (Orden de frailes Siervos de María) fueron los primeros en destinar un día especial para conmemorar a la Virgen en su dolor.



 

24 de setiembre

Festividad de Nuestra Señora de la Merced

 

Cada 24 de septiembre se celebra a la Virgen María bajo la advocación de la Virgen de la Merced, o Virgen de las Mercedes.

El nombre de esta advocación mariana evoca la misericordia infinita de Dios, que nos ha dejado en la persona de María a una auténtica madre, un seguro canal de gracia y una cabal intercesora. No es casualidad que "merced" signifique "misericordia", "dádiva", "gracia" y, simultáneamente, "perdón".

Los orígenes de esta advocación se remontan al siglo XIII, cuando la Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco (1180-1256) para animarlo a la tarea de liberar a los cristianos que habían caído prisioneros en manos de los musulmanes.

Era muy común en aquel tiempo que los llamados "moros" saqueen los pueblos costeros del Mediterráneo para llevarse prisioneros en calidad de esclavos. Generalmente, las víctimas eran cristianos a los que se les trasladaba al norte de África. Allí eran sometidos a trabajos forzados, prisión y maltratos. Sometidos a tan horrenda condición, la mayoría terminaba perdiendo la fe, creyendo que Dios los había abandonado.

 


 

27 de setiembre

Festividad de San Vicente de Paúl

 

 

Cada 27 de septiembre la Iglesia Católica celebra a San Vicente de Paúl, sacerdote francés, pionero de las obras sociales católicas de los tiempos modernos y, fundamentalmente, un ejemplo de caridad inagotable.

Profesó una devoción muy grande a la Virgen María, a quien consideraba inspiración y protectora de su obra: "Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo" (San Vicente de Paúl)

San Vicente de Paúl es el patrono de las obras de caridad. Entre otras cosas fue el fundador de la Congregación de la Misión, llamados vicentinos, y de las Hijas de la Caridad, más conocidas como vicentinas. Sin duda, este santo fue una de las figuras más representativas del catolicismo francés del siglo XVII.

Vicente de Paúl de Moras nació en Francia en 1581, en el seno de una familia de campesinos. Dos localidades se disputan aún hoy el lugar de su nacimiento: la aldea de Pouy, que, desde el siglo XIX, se llama Saint-Vincent-de-Paul en su honor; y Tamarite de Litera, donde nacieron sus padres.

De adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la próspera ciudad de Dax, donde se entregó de lleno a los estudios. Allí también, años después, recibiría la tonsura y las órdenes menores, para luego ingresar a la universidad de Toulouse, donde estudiaría teología.


 

Jornada Mundial del Turismo

 “Turismo y paz”

“Turismo y Paz” (Tourism and Peace): es con este binomio con el que la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas pretende celebrar su tradicional Jornada Mundial el próximo 27 de septiembre. En una época tan convulsa como la nuestra, no se podría pensar en una mejor elección para ofrecer, a quienes vayan a viajar, un momento de reflexión y de compromiso personal. El intercambio cultural entre los pueblos, que encuentra en el turismo su forma privilegiada, puede transformarse también en un compromiso concreto por la paz.

Donde hay focos de guerra, es evidente que el turismo padece, porque faltan todas las formas necesarias de seguridad. La falta de turistas, sin embargo, crea una expresión más de pobreza entre la población, que ve desaparecer una forma de sustento necesaria para vivir con la debida dignidad. La guerra trae consigo una serie de consecuencias de las que a menudo la gente no es plenamente consciente y que, sin embargo, afectan directamente a la vida de las personas. Allí donde existe la violencia de la guerra, todos están afectados, nadie queda excluido.

El Dicasterio para la Evangelización, al que compete el turismo religioso, se siente interpelado en esta situación y pretende ofrecer su contribución para que el mensaje de paz llegue a quienes trabajan en el sector turístico, de modo que a través de ellos se construya una cadena de auténticos constructores de paz. Lo que destaca, en primer lugar, es la gran pastoral llevada a cabo por tantos sacerdotes y laicos que dedican su vida a hacer que el turismo y las peregrinaciones sean activos y fructíferos. Un pensamiento de gratitud va dirigido a todos ellos. Entendemos las dificultades que surgen para este sector debido a las restricciones provocadas por la falta de seguridad y, a pesar de ello, están invitados a abrirse a nuevos caminos, manteniendo viva la posibilidad de que pronto se reanuden las peregrinaciones en los países que tradicionalmente conservan la riqueza de nuestra fe y de nuestra historia.

El interés que mueve a millones de turistas puede conjugarse fácilmente con un compromiso de fraternidad, para constituir una red de «mensajeros de paz» que se dirijan al mundo entero para invocar el fin de toda guerra y la reapertura de territorios llenos de historia, cultura y fe. Por otra parte, el camino de belleza que caracteriza a estos destinos no puede ni debe verse oscurecido por la fealdad de la destrucción y los escombros que vienen a sustituir lo que el genio de las generaciones anteriores había construido como emblema de paz y de compartir.

La belleza de los paisajes desata la verdadera vida y el deseo de existir. El turismo puede favorecer decisivamente la recuperación de las relaciones interpersonales por las que todos sentimos una profunda nostalgia.

En una época como la nuestra, marcada por la presencia masiva de la tecnología que limita las relaciones entre las personas, es bueno alimentar y apoyar un compromiso renovado con la cultura del encuentro, tan fuertemente defendida por el Papa Francisco. Es necesario situarla en el centro de nuestro compromiso pastoral con el turismo.

En efecto, el encuentro es un instrumento de diálogo y de conocimiento mutuo; es fuente de respeto y de reconocimiento de la dignidad del otro; es una premisa indispensable para construir vínculos duraderos. El turismo religioso no puede ignorar esta perspectiva y está llamado a ser un promotor creíble de estos vínculos. Nunca dejemos de pedir y rezar por la paz en el mundo y, al mismo tiempo, por la pacificación en las relaciones interpersonales. Una y otra están profundamente unidas y son el requisito previo para una paz duradera. Por otra parte, es una ilusión pensar que la guerra es sólo un acontecimiento que afecta a unas pocas naciones. La paz comienza cuando se instala firmemente en el corazón de cada uno la caridad que conlleva el respeto a los demás y el sentimiento de fraternidad que une a todos. Ser constructores de paz no sólo es posible, sino que es algo que se demanda a quienes emprenden un viaje.

El Papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti, exhorta a vivir una «adecuada y auténtica apertura al mundo ... la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones» (nº 151). Un verdadero programa para incluir en el equipaje cuando uno sale a disfrutar de un merecido descanso o a encontrar momentos de reposo en los que contemplar la belleza de la creación.

Este año estará marcado por el inicio del Jubileo Ordinario 2025. El 24 de diciembre, de hecho, el Papa abrirá la Puerta Santa de la Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano, lo que permitirá a millones de peregrinos llegar a la ciudad de Roma para experimentar la indulgencia jubilar. En la Bula de Convocación, Spes non confundit, el Papa Francisco escribió: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana» (n. 1). Es una expectativa que acompaña a quien se pone en viaje, porque la esperanza de vivir momentos de serenidad y de alegría es un deseo que no se puede reprimir.

El turismo caracterizado por esta esperanza puede convertirse también en un signo concreto y tangible para la construcción de la paz. Es nuevamente el Papa Francisco el que lo explicita cuando escribe: «Inmemorial de los dramas del pasado, la humanidad atraviesa una nueva y difícil prueba que ve a tantas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué les falta aún a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de socorro no incite a los dirigentes de las naciones a querer poner fin a los demasiados conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que pueden derivarse a escala mundial? ¿Es demasiado soñar con que las armas se callen y dejen de traer destrucción y muerte? Que el Jubileo recuerde que los que se conviertan en «los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos.» (Spes non confundit 8).

Que el turismo y la paz unidos a la esperanza se conviertan, por tanto, en el mensaje convencido, en esta Jornada Mundial del Turismo 2024, para quienes son operadores turísticos y para quienes emprenden el viaje con sentimientos y deseos de serenidad y concordia.

+ Rino Fisichella

Pro-Prefecto

 

29 de setiembre

Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

“Dios camina con su pueblo”

La Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2024 será ocasión para reconocer y descubrir la presencia de Dios en las vidas y trayectos de las personas migradas y refugiadas. «Dios camina con Su pueblo».

El papa Francisco nos invita a desvelar, celebrar y dejarnos interpelar por esa realidad cotidiana, de sufrimiento pero también de superación e integración, en la que el Dios de Jesús se hace presente en el mundo. La Iglesia es Pueblo de Dios en marcha, en camino hacia el Reino.

Nuestras comunidades acogedoras y misioneras son el signo de ese Reino donde Dios habita con su Pueblo y anticipa ya la «tierra sin males».

https://www.youtube.com/watch?v=rdJBzqbGxtA

Dios camina con su pueblo

Queridos hermanos y hermanas:

El 29 de octubre de 2023 finalizó la primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que nos ha permitido profundizar en la sinodalidad como vocación originaria de la Iglesia. «La sinodalidad se presenta principalmente como camino conjunto del Pueblo de Dios y como fecundo diálogo de los carismas y ministerios, al servicio del acontecimiento del Reino» (Informe de Síntesis, Introducción).

Poner el énfasis en la dimensión sinodal le permite a la Iglesia redescubrir su naturaleza itinerante, como pueblo de Dios en camino a través de la historia, peregrinante, diríamos “emigrante” hacia el Reino de los Cielos (cf. Lumen gentium, 49). La referencia al relato bíblico del Éxodo, que presenta al pueblo de Israel en su camino hacia la tierra prometida, resulta evocador: un largo viaje de la esclavitud a la libertad que prefigura el de la Iglesia hacia el encuentro final con el Señor.

Análogamente, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo, como en los de todas las épocas, una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. Sus viajes de esperanza nos recuerdan que «nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo» (Flp 3,20).

Las dos imágenes ―la del éxodo bíblico y la de los migrantes― guardan ciertas similitudes. Al igual que el pueblo de Israel en tiempos de Moisés, los migrantes huyen a menudo de situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de proyectos de desarrollo. Y así como los hebreos en el desierto, también los emigrantes encuentran muchos obstáculos en su camino: son probados por la sed y el hambre; se agotan por el trabajo y la enfermedad; se ven tentados por la desesperación.

Pero la realidad fundamental del éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. La presencia de Dios en medio del pueblo es una certeza de la historia de la salvación: «el Señor, tu Dios, te acompaña, y él no te abandonará ni te dejará desamparado» (Dt 31,6). Para el pueblo que salió de Egipto, esta presencia se manifiesta de diferentes formas: la columna de nube y la de fuego muestran e iluminan el camino (cf. Ex 13,21); la Carpa del Encuentro, que custodia el arca de la alianza, hace tangible la cercanía de Dios (cf. Ex 33,7); el asta con la serpiente de bronce asegura la protección divina (cf. Nm 21,8-9); el maná y el agua son los dones de Dios para el pueblo hambriento y sediento (cf. Ex 16-17). La carpa es una forma de presencia particularmente grata al Señor. Durante el reinado de David, Dios se negó a ser encerrado en un templo para seguir habitando en una carpa y poder así caminar con su pueblo, y anduvo «de carpa en carpa y de morada en morada» (1 Cr 17,5).

Muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación. Se encomiendan a Él antes de partir y a Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos en el camino. A Él, en la oración, confían sus esperanzas. Imaginemos cuántas biblias, evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a través de desiertos, ríos y mares, y de las fronteras de todos los continentes.

Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo, en el sentido de que se identifica con los hombres y las mujeres en su caminar por la historia ―especialmente con los últimos, los pobres, los marginados―, como prolongación del misterio de la Encarnación.

Por eso, el encuentro con el migrante, como con cada hermano y hermana necesitados, «es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos» (Homilía de la Santa Misa para los participantes en el encuentro “Libres del miedo”, Sacrofano, 15 febrero 2019). El juicio final narrado por Mateo en el capítulo 25 de su Evangelio no deja lugar a dudas: «estaba de paso, y me alojaron» (v. 35); y de nuevo, «les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v. 40). Por eso, cada encuentro, a lo largo del camino, es una oportunidad para encontrar al Señor; y es una oportunidad cargada de salvación, porque en la hermana o en el hermano que necesitan nuestra ayuda, está presente Jesús. En este sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor (cf. Mensaje para la III Jornada Mundial de los Pobres, 17 noviembre 2019).

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada dedicada a los migrantes y refugiados, unámonos en oración por todos aquellos que han tenido que abandonar su tierra en busca de condiciones de vida dignas. Sintámonos en camino junto con ellos, hagamos juntos “sínodo” y encomendémoslos a todos, así como a la próxima asamblea sinodal, «a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, signo de segura esperanza y de consuelo en el camino del Pueblo fiel de Dios» (Informe de Síntesis, Para proseguir el camino).

Entradas populares de este blog